lunes, 4 de abril de 2011

LOS ARBOLES ASESINADOS

Mi marido me dice que han arrancado unos viejos olivos en una finca de la zona. Hace años, cuando era urbanita y teníamos una masía alquilada con mis padres, esperaba el viernes para huir de Barcelona. A una hora y media en coche estaba la vida, el campo. Hacía varias temporadas que íbamos allí. Aquel día no se me olvidará nunca. Eran días de primavera: a pocos metros de la masía, el dueño tenía un campo de manzanos. ¡Bien! La semana anterior estaban a punto de abrirse las flores: ese viernes seguramente estarían llenos de flor, como cada año. El dueño vendía las manzanas en el supermercado que también tenía en el pueblo. Llegamos a la masía. Después de bajar el equipaje, me dirigí hacia el campo de manzanos. Pero algo no iba bien. No había flores... Los árboles estaban caídos, tumbados de costado. Los brotes y las flores agonizaban. Las raíces eran dedos desesperados, parecían agitarse ante mí pidiéndome ayuda, que las enterrara otra vez, porque un hombre malo las había sacado de la tierra con un tractor. Pero yo no podía: me sentí tan, tan sumamente inútil...podía captar los gritos callados de la agonía de los árboles, pero yo sola, sola, no podía levantarlos y ponerlos otra vez con su madre tierra... Me senté al margen del camino. Lloré no en silencio, sino gritando, con rabia. Lágrimas inútiles, porque nadie las vió, de nada sirvieron. Nadie sabrá nunca que existieron. Y ahora que vosotros lo sabéis, decidme: ¿fueron inútiles? Ahora el campo de las manzanas es un trigal. Al dueño le salían demasiado caros los fitosanitarios: la gente quiere manzanas sin mácula, y eso cuesta mucho en tratamientos. El trigo es más rentable. Nadie más que vosotros y yo sabe que en esa tierra crecerá por siempre jamás trigo con alma amarga, con el alma de los manzanos muertos y con mis lágrimas inútiles.

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